En un momento como el que vivimos desde hace cuatro años, entre los bloqueos debidos a la pandemia y las subidas de precios relacionados con el conflicto ruso-ucraniano que ha irrumpido en la escena internacional, los italianos han cambiado profundamente sus elecciones, hábitos y modas, empezando a seleccionar cuidadosamente los lugares de sus salidas en compañía.
En el mundo de las pizzerías, como en el de la cocina, los pizzeros tienen que estudiar nuevas combinaciones, enfrentándose cada día a las exigencias impuestas por la búsqueda del justo equilibrio entre tradición e innovación.
De hecho, el pizzero contemporáneo tiene que prestar atención a la investigación de todos los elementos que componen el plato y razonar como un verdadero chef. El nivel que se exige hoy al profesional supone un gran paso adelante con respecto a un pasado glorioso que, de todos modos, escribió la historia de la profesión.
Necesitamos conocer nuevas técnicas, y quizá aún más profundizar nuestros conocimientos sobre los productos típicos que nos puede proporcionar nuestro territorio. Si ya tenemos mil diferencias de consistencia y sabor cuando se trata de tomates, mozzarella y aceite, ni hablar de todos los demás ingredientes como verduras, legumbres y proteínas: tenemos que darnos cuenta de lo mucho que hay que estudiar para respetar las características organolépticas de los productos de que disponemos.
Gracias a las nuevas técnicas de cocción, podemos valorizar más la materia prima y esto nos permite hacerla más sabrosa y apetecible, incluso en su sencillez. Otro elemento fundamental es la masa: el tipo de cereal que se va a combinar con la receta final, o sea, con la cobertura, nos obliga a estudiar las harinas, las técnicas de molienda y todos esos aspectos que dan a nuestro producto un sabor especial.
Conocer estos elementos permite crear una pizza que construye y cuenta nuestra identidad y consigue, con pocos ingredientes, satisfacer plenamente al comensal.