
¿Qué es el fenómeno del Italian Sounding? ¿Qué representa y cuáles son sus riesgos?
Concepto poco común para los no profesionales, el fenómeno de «Italian Sounding», expresión con alusiones vagamente musicales y nada amenazantes, representa una especie de plaga, una herida que necesita un tratamiento constante y siempre urgente y cuyos efectos se desenvuelven inexorablemente en el tejido económico.
Es bastante sencillo de explicar, pero terriblemente difícil de gestionar y mantener bajo control, sobre todo por parte de las autoridades encargadas de proteger al consumidor medio, que está culturalmente muy poco preparado para entender y juzgar la bondad y el origen real de un producto. Por lo tanto, lo que pasa es que se imitan productos, denominaciones y marcas, sobre todo en el sector agroalimentario (pero no sólo), explotando cualquier elemento que pueda evocar de alguna manera algunas características italianas.
Todo esto, por supuesto, sin ninguna prueba objetiva. Así, nos encontramos con etiquetas que hacen referencia a ciudades, lugares famosos, expresiones típicas y otras indicaciones engañosas que convierten los productos de mala calidad en sustitutos de los grandes y famosos productos que aparentemente proceden de Italia. Se trata de un fenómeno muy arraigado en el extranjero, sobre todo en los estados de América del Norte y del Sur, pero también en los mercados europeos.
Es verdad que hemos vivido un momento muy delicado, originado por una inesperada y dramática pandemia que, con toda probabilidad, está destinada a transformar el contexto general a largo plazo. Sin embargo, además de eso, Italia ha sido uno de los destinos más significativos del turismo de comida y vino en el mundo, con un volumen de negocio impresionante, y no hay razones para pensar que no será así una vez superada la emergencia. Como es natural, el interés por este sector de Italia continúa incluso una vez que el turista ha regresado a su país, ya que incluso allí sigue buscando productos «made in Italy» o que supuestamente lo son.
Por eso, muchas empresas extranjeras, aprovechando la popularidad universal de ciertos productos típicamente italianos, utilizan despreocupadamente (e indebidamente) nombres, marcas e imágenes, a menudo distorsionándolos hasta el ridículo. De este modo, consiguen la atención del consumidor convenciéndole de que compre alimentos y objetos totalmente inverosímiles tanto desde el punto de vista cualitativo como de su supuesto origen italiano.
Se plantea entonces la cuestión de cuál es la manera más adecuada de hacer frente a un fenómeno que daña tanto la imagen de los productos como la cultura de la calidad. De hecho, contrariamente a lo que podríamos pensar, lo que llega al mercado como producto de Italian Sounding no corresponde necesariamente con lo que se entiende por falsificación, que se sanciona con normas precisas cuando las marcas obtienen la protección de los derechos de autor o el reconocimiento de la denominación de origen.
La falsificación tiene que ver con la violación de una marca registrada, de una denominación de origen o incluso de un diseño, y puede llegar hasta la falsificación del propio producto, lo que también puede producir graves efectos sobre la salud y la higiene. En realidad, el concepto de Italian Sounding, estrechamente vinculado a la identidad italiana, explota elementos que pueden sugerir una procedencia que a menudo no existe, porque la producción es local y los únicos rasgos italianos se encuentran en el nombre. Por último, se trata de un fenómeno que no se menciona en ninguna legislación y que, por lo general, afecta a un producto italiano sin que se infrinja ninguna ley del país extranjero donde se produce.
Hablando de cifras, para tener una idea de lo impresionantes que son, los últimos datos disponibles (según el estudio Coldiretti realizado en ocasión de la presentación de la normativa sobre la obligación de señalar el origen de todos los alimentos en las etiquetas – Ley 12 de 11 de febrero de 2019) hablan de más de 100.000 millones de euros con respecto al falso Made in Italy, con un aumento del 70% en los últimos diez años «como resultado de la piratería internacional que utiliza de manera indebida palabras, colores, lugares, imágenes, denominaciones y recetas que recuerdan a Italia para elaborar alimentos falsos que no tienen nada que ver con el sistema de producción nacional».
Lo que amplía enormemente la dimensión del fenómeno de las falsificaciones es precisamente lo que Coldiretti califica como «hambre» de Italia en el extranjero, una actitud que genera y multiplica las imitaciones de bajo coste. Pero no sólo eso, porque también alimenta las guerras comerciales que surgen de las tensiones políticas.

Es el caso del embargo ruso, que ha hecho proliferar los falsos alimentos «Made in Italy» producidos localmente: desde la mozzarella «Casa Italia» hasta la ensalada «Buona Italia», pasando por la mortadela «Milano», el parmesano o el queso burrata, todos «manjares» elaborados en cirílico. Por supuesto, también son preocupantes los acuerdos comerciales bilaterales como el CETA con Canadá, en el que por primera vez se establecen acuerdos explícitos sobre la burda imitación de prestigiosos productos italianos con nombres como Asiago, Fontina, Gorgonzola, Prosciutto di Parma y San Daniele, sin mencionar el Parmesan producido y comercializado libremente en Norteamérica.
Así, resulta que más de dos de cada tres productos «italianos» en el extranjero son falsos, y las exportaciones agroalimentarias, que ascendieron a 41.800 millones de euros en 2018, vieron caer su tasa de crecimiento hasta una cuarta parte con respeto al 7% del año anterior. Sin duda, sería necesaria una normativa de etiquetado más estricta sobre el origen de los alimentos, ya que el fenómeno afecta, aunque de forma diferente, a todos los productos italianos, desde el vino hasta los embutidos o la pasta. Otra cuestión, aparentemente anómala y destacada por Coldiretti, se refiere al hecho de que las imitaciones de los alimentos italianos no proceden de los países pobres, sino de los emergentes y más ricos, como Estados Unidos y Australia.
Encabezan la lista de productos falsos quesos como el Parmigiano Reggiano y el Grana Padano, que incluso ven circular más copias que originales: entre los más conocidos, además del popular Parmesan, están el parmesao brasileño y el reggianito argentino. Además de otros quesos conocidos, los vinos incluyen el Bordolino de Argentina, que lleva la bandera italiana en su etiqueta, el Kressecco alemán o el Chianti californiano, sin olvidar el Marsala sudamericano.

Ni siquiera el comercio electrónico queda a salvo de esta invasión de alimentos falsos, porque en la red se puede comprar queso Provolone y Asiago de Wisconsin, Robiola canadiense y queso Fontina hecho en China. Por lo tanto, es una tarea extremadamente complicada, que requerirá años de concienciación y una actividad incesante, la que espera a las personas y autoridades responsables, si no de la difícil eliminación de los numerosos productos Italian Sounding de mala calidad, al menos de proporcionar información precisa sobre su origen y características organolépticas. Ciertamente, son muchos los caminos a seguir y se topan con más de un obstáculo, empezando por la escasa atención que incluso los propios consumidores italianos prestan al origen de un producto o a la lectura de una etiqueta, y una tendencia casi inexistente hacia alimentos que pueden costar un poco más pero que pueden ofrecer emociones, aromas y olores totalmente diferentes.
Se trata de poner en marcha una comunicación seria, dirigida y eficaz, primero reforzándola dentro de nuestras fronteras y luego exportando su contenido de manera convencida. Tenemos que crear acciones sinérgicas entre los actores interesados, empezando por los productores y llegando a los responsables políticos, pasando por el inestimable patrimonio vitivinícola y gastronómico que forma parte de la cultura y de las tradiciones más arraigadas de Italia.